Princesas entre cuerdas (Capítulo XVIII)
Debían de ser las cinco de la madrugada cuando sonó el teléfono en el salón. Sergio y yo nos levantamos al tiempo como autómatas para agarrar el aparato, pero fue él quien llegó primero, era Marina, Cefe estaba agonizando y me pedía que hiciera el favor de avisar a mis hermanas. Tiré de la percha donde había dejado doblados los vaqueros negros y de un cajón de la cómoda saqué una camisa del mismo color. Arranqué sin haberme puesto el cinturón de seguridad. Me paré, me ceñí el cinturón pero no podía abrochármelo, sentía como si una tormenta me recorriera por dentro de mi cuerpo hinchándolo. Me detuve en medio de la calle y respiré a fondo durante unos segundos pero aquella tempestad no cesaba. Bajé del coche con unas ganas enormes de vomitar y aproveché la cercanía a un seto para expulsar todo lo que me atenazaba. Enseguida comencé a llorar, entré de nuevo al coche y me senté frente al volante, de forma inconsciente pulsé la palanca del limpiaparabrisas hasta que caí en la cuenta de que la cascada que me impedía ver procedía de mis ojos. Menos mal que estaba sola y ni Marina ni mis hermanas me veían, así podía llorar hasta el fin aunque me deshidratara. La sirena de una ambulancia me devolvió a los ruidos de la calle, miré al retrovisor, arranqué el motor y me dirigí a casa de mis padres para recoger a mis hermanas. La ciudad amanecía algo más tarde, aunque el sol apuntaba ya por encima de los tejados rojos haciendo presagiar otro día caluroso.
Nuestra madre tenía el semblante triste pero sosegado, y al acercarnos a la cama de Cefe escuchamos casi en silencio una respiración entrecortada y como si al aire le costara esfuerzo salir al exterior. Todas en silencio nos movíamos sigilosas dando pequeños pasos por la habitación, mirando a ratos hacia la ventana o saliendo al pasillo sin alejarnos demasiado de la puerta pero Cefe ya no abría los ojos ni quizá era consciente de lo que sucedía.
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Cefe, soy Eugenia, tu compañera de caminatas por los montes del ‘queji’, no quiero destacar por encima de mis hermanas, aunque quizá debería hacerlo porque es difícil ser la segunda y además despuntar entre estas preciosidades que tengo por hermanas. Me da pena verte así, aunque has de reconocer que un poco es debido a tu testarudez, por haber sido un cabezota durante toda la vida y por haber amargado las de tu mujer y tus hijas.
Hace años que no hemos tenido un careo, tú y yo, pero si vivieras un poquito más, unos días, unas horas, me gustaría decirte algo de lo que nunca te dije. Tú me enseñaste a amar la montaña, a esforzarme de forma continuada porque ‘los bellos paisajes desde la cima sólo se contemplan tras el tesón y la fatiga de una larga escalada’. Nunca olvidaré la primera vez que subimos juntos a La Atalaya. Y esa tenacidad que me inculcaste me permitió sobrevivir en Inglaterra y además conseguir una buena carrera profesional.
Contigo aprendí también a descubrir y saborear los aromas de la sierra, la jara, el romero, las lilas, la menta y la tierra mojada, y por eso cuando me inicié en la cocina en Londres incorporé esos ingredientes de manera que nunca perdiera los olores de mi infancia. Y tú me ayudaste a prestar atención a los detalles. Cuando caminábamos por el monte siempre llevabas el libro de los árboles y de las plantas de la sierra del Guadarrama, tratando de identificar árboles y arbustos desconocidos por nosotras. Observábamos también con detenimiento las rocas de granito para descubrir las láminas de mica o las cristalizaciones a veces caprichosas del cuarzo.
Estas cosas de una manera u otra ya las conocías pero lo que ciertamente no sabes es que quiero adoptar una niña china, ¿y por qué te vas tan lejos pensarás?, pues porque China es un país serio en cuestión de adopciones, son, en comparación con otros países, rápidos, alrededor de un año, y porque ante la prohibición de tener más de un hijo, en el campo, si el primogénito es una niña, muchos padres las abandonan y las dejan en el orfanato.
Si me preguntas quién es el padre he de reconocer que ese tema lo trato mejor estando tú así, postrado, que si estuvieras en buena forma, porque en ese caso se iban a oír los gritos en Lima. No hay padre, Cefe, tengo una amiga inglesa estupenda, Hettie, con la que me llevo de maravilla y vamos a cuidar juntas a la chinita. Si te soy sincera tengo dudas por el tipo de madre que voy a ser, me angustia pensar que la niña que me van a dar no esté sana, aunque las autoridades chinas te dan un certificado pormenorizado y me preocupa sobre todo que la niña se adapte a nuestro mundo, a nuestra cultura. Espero que sea capaz de aprender un buen inglés, pero además quiero que aprenda español, aunque me temo que al principio se haga mucho lío. Me aterra pensar que la niña no quiera comer o dormir, y pasemos las noches en vela teniendo que madrugar para ir a trabajar duro al día siguiente.
Además tengo dudas acerca de mi relación con Hettie, tú haz como si no oyeras esto, fíjate que no lo he hablado con nadie, ni con mamá ni con mis hermanas. Hettie trabaja en mi empresa, es una mujer muy agradable y bastante resultona para ser inglesa y estar cerca de los cuarenta años; se casó joven y se divorció enseguida sin haber tenido hijos. Nunca me había sentido tan feliz con ningún hombre como con ella, pero desconfío de que sea capaz de tener una intimidad sexual mayor de la que tenemos ahora, que por cierto es bastante limitada.
Se me había olvidado contarte, Cefe, algo importante sobre Hettie, es una melómana empedernida, ya sabes que en Inglaterra y sobre todo en Londres hay una cultura musical de primer orden. Sus autores preferidos son Bach y Mahler. Empezamos a salir porque un día nos encontramos en el Albert Hall de Londres en un concierto y yo le conté cómo tú te empeñaste en que estudiara viola, después seguimos hablando de nuestros compositores y obras favoritas y encontramos que coincidíamos en bastantes de ellos. Aquel día determinamos sacar un abono para la Sinfónica de Londres y así fue como comenzamos la relación hasta que acordamos hace unos meses que queríamos vivir juntas.
Marina está contenta pensando que va a tener una nieta adoptada. Sería una ocasión estupenda para que fuerais a visitarnos y conocer Londres. Lo entenderías haciendo un pequeño esfuerzo por tu parte, y tendrías una nieta china que hablaría en inglés y que te chapurrearía palabras en castellano, ¿no resulta tierno? Me da coraje, Cefe, que te vayas, que te pierdas cosas tan bonitas, si te quedas yo te las enseñaría igual que tú me las enseñaste cuando era pequeña. Por favor, espera un poco.
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Papá, soy Violeta, voy a hablarte bajito para no molestarte, y porque tampoco quiero que piensen mis hermanas que estoy loca. Al enterarme esta mañana de que estabas peor me quedé chafada, hundida. En el fondo de mi corazón estaba convencida, segura, de que ibas a salir adelante, no te digo que iba a rezar porque no creo en religión alguna que si no estaría poniéndole la vela a algún santo milagrero. No quiero que te mueras, por favor, me gustaría charlar contigo de tantas cosas que nunca te he contado...
Papá soy tu niña, la pequeña, ¿me escuchas? He dicho tantas cosas malas, tantas burradas de las que ahora me avergüenzo que no sé cómo me atrevo a estar aquí en el hospital acompañándote en tus últimos momentos. Desearía acercarme a ti, agarrar tu mano y darte un beso.
Con el paso del tiempo me he dado cuenta de todas las tonterías que he hecho y de que estuve a punto de morir joven por hacer disparates. Desbarré tanto como para tener una hija con un descerebrado, el Sebas, que estaba todo el día de drogas hasta las cejas y cuando le conté que estaba embarazada me dijo por respuesta que ese era uno de los riesgos del amor libre y que lo que mejor podía hacer era abortar.
Dejé tu nombre por los suelos en el ‘queji’, el lugar que tú tanto estimabas, todo el mundo decía para tu descrédito que en la comuna de okupas estaba la hija de Don Ceferino y aquello te dolió de tal modo que no lo pudiste aguantar, hasta que dejaste de ir.
Era muy joven, no sabía lo que quería salvo decir que el mundo de los mayores era una estupidez y a cambio me encontré en una casa donde no teníamos casi para comer, salvo los bocatas que me llevaba Eugenia y donde el Sebas y sus amigotes me follaban aunque a mí no me apeteciera, en nombre del amor libre, aunque lo que en realidad les pasaba es que las drogas les salían por la boca. Gracias a Dios que no puedes oírme.
Sé que no quisiste quedarte con Lola porque decías que yo había de asumir la responsabilidad de mis actos y era cierto, pero al final acabaste alimentándola y cuidando de ella como si fuera una de nosotras.
Esa etapa ya pasó y salí de las drogas gracias al contrabajo, y tú lo sabes, no es clásica lo que hago pero el jazz es la música clásica de los negros, algunos no dominan el solfeo pero tocan de maravilla los instrumentos y saben improvisar y los demás respetan a cada uno cuando improvisa como solista, y no sólo lo respetan sino que lo acompañan. Los bares donde he tocado no son el Real ni el Auditorio, no sé cómo los catalogarías si los conocieras, al principio eran unos antros donde pocos escuchaban y el resto charlaba a voz en cuello y no nos hacían ni caso, pero ahora he mejorado y los sitios que frecuento son dignos y la gente acude a escucharnos.
Sé que tampoco te gusta Tinín, pero gracias a él pude recuperar los buenos momentos del ‘queji’. No te parecía un buen partido, pero es majo; lo era sobre todo al principio, me pilló en un mal momento porque yo andaba bastante desesperada, me acogió y me dio un equilibrio que hasta entonces no había tenido, y se preocupaba por mí y yo me sentí animosa, valiente, y es cuando le dije a Marina que quería recuperar a Lola. Sí, ya sé que te pareció fatal que se la quitara a mamá. Era mi hija y había llegado el momento de ejercer de madre con ella, por supuesto que vosotros fuisteis hasta ese momento sus verdaderos padres, pero ella y yo necesitábamos pasar juntas al menos una temporada.
Cuando se lo dije a Lola al principio no le hizo mucha gracia, su casa era la vuestra y no le apetecía vivir con una persona extraña como Tinín y compartir su vida con un hermano al que solo había conocido de visita. Pero a la semana vino a mí y se echó en mis brazos llorando, y a pesar de todos los años que habían pasado me dijo que quería experimentar lo que sentía por su madre, probaría por un tiempo y luego decidiría, pues estaba pensando en independizase e irse a vivir sola.
A partir de entonces se arreglaron muchas cosas en mi vida, papá, si pudiera te pediría que por favor no te murieras ahora, para que disfrutaras de lo que no pudiste cuando yo era adolescente. Estoy aprendiendo a tocar el bajo en la guitarra eléctrica con unos amigos que tienen un grupo de rock y me han pedido que les acompañe, me hace ilusión y es probable que podamos grabar un disco pronto.
No creas que todo es positivo; tengo algunos sentimientos en desorden. Tinín es muy bueno conmigo y me ha ayudado un montón, pero no estoy enamorada de él, me gusta uno de los chicos del conjunto de rock y me doy cuenta de que a Tinín le falta algo para que consiga enamorarme de él, pero no puedo abandonarle después de lo que ha hecho por mí.
Ya sé que no te gustaría escuchar estas cosas que te cuento pero me haría tanta ilusión estar bien contigo y hablarte de lo bueno y lo malo que me sucede, que me llego a creer que la vida podría haber sido distinta de como ha sido en realidad.
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Cuando me telefoneó Cecilia hace una semana salí despotricando de Barcelona, no quería saber nada de ti, Cefe, me sentía incapaz de rescatar algo válido de nuestra relación, y eso que soy tu primogénita. Te achacaba lo peor de lo que me había sucedido y te responsabilizaba de que la vida me hubiera tratado mal. No estoy tan convencida de que haya sido así. Yo sola me he ganado a pulso muchas de las experiencias por las que he pasado una vez que salí de casa para irme con Leandro.
Me apena que estés al borde de la muerte y que no sea capaz de ponerte estos pensamientos en palabras. Tú quisiste que yo estudiara violín y amara la música pero tu contribución para que fuera guapa fue como máximo del cincuenta por ciento de tus genes.
He de admitir que mi supuesta belleza no me aportó un chico apuesto y rico que resolviera mis necesidades económicas para toda la vida, ni me llevó a las pasarelas de la moda, ni me convirtió en actriz, pero podría haber sido artista del violín si hubiera seguido los pasos que habías planeado con tanto mimo y meticulosidad para mí.
Ahora no sé si te habrá contado Marina que trabajo en informática, instalo ordenadores en empresas y resuelvo los problemas que dan esos aparatos, como cualquier mujer del montón. He de hacer malabarismos para llegar a fin de mes con mi sueldo y el dinero que me pasan los padres de mis hijos.
¿No podrás creer lo que me ocurrió con mi hija Andrea? Un buen día llegó a casa diciendo que no quería estudiar una carrera y menos la de económicas que yo le había sugerido. Tuvimos una discusión tan grande que sentí que yo no era Águeda sino una viva copia tuya, Cefe, y me derrumbé. Andrea habló con su padre y le planteó irse a vivir un tiempo con él. La amenacé diciéndole que se lo pensara bien porque si se iba de casa la marcha sería definitiva, sin vuelta atrás, pues ya era mayor de edad. Andrés medió para que su marcha fuera pacifica y temporal; al cabo de un año, los tres nos volveríamos a plantear de nuevo la decisión.
Pero lo mejor todavía lo desconoces, Andrea siguió viviendo con su padre y al cabo de dos años sin saber de ella me llamó, quería verme y hablar conmigo y ¿sabes para qué, Cefe? ¡Quería aprender a tocar el violín!. Desde que se fue con su padre llevaba estudiando solfeo y había decidido que quería tocar el violín, había estado viendo en DVD conciertos de música popular y se había percatado de que los violines también eran importantes en la música pop. ¿Puedes imaginar que una hija tuya que se ha ido de casa por culpa de su madre, aprendiz de violinista, regresa para pedirle consejo y ayuda porque quiere tocar el violín? ¿Por qué la vida no es más sencilla, en lugar de dar vueltas y revueltas para retornar siempre a los lugares de partida?
Es injusto que te mueras ahora, Cefe, tienes que mejorar aunque solo sea un poquito, y así podría contártelo todo, seguro que te recuperabas de la alegría que te daba. No pienses que no he querido decírtelo hasta ahora para que te vayas a la tumba desazonado, no, ha sido durante esta intensa semana en la que he llegado a reconocer que aun cuando tú fuiste un autoritario tremendo yo era injusta cargándote con la responsabilidad de asuntos que solo a mi me pertenecían. A partir de ahora cuando me mire al espejo ya no podré ver tu sombra, solo aparecerá una imagen, la mía, aunque en esa imagen siempre habrá una parte que te pertenece.
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Cefe, soy Cecilia, ¿me escuchas? No sé si te queda algún canal libre pues creo que estamos haciendo las cuatro lo mismo, como si estuviésemos en el atrio de una vieja catedral, hablando cada una desde una esquina, y a lo mejor no puedes sintonizar con todas a la vez. Tengo la sensación de que no mantenemos una conversación sosegada, de tú a tú, desde el principio de los tiempos, más o menos desde que me preparé las oposiciones a la nacional, cuando me escuchabas con detalle y me decías cómo mejorar y me reafirmabas si considerabas que la interpretación había sido magnífica. Ha llovido bastante desde entonces.
Estos días con mis hermanas me he sentido mal, como si ellas pensaran que era la lista de la clase, la única que había conseguido hacer realidad tus sueños y me encontraba injustamente maltratada, sobre todo porque yo no había elegido tocar el chelo y si tenía mejor oído que ellas tampoco era mérito mío.
Creo que han intuido el coste tan alto que ha tenido para mi ser la única hija que tocara un instrumento clásico. No llegué a ser Yoyoma, Pablo Casals o una Rostropovich, me he quedado en una profesora que da clases particulares a jóvenes estudiantes. Por fortuna, el año pasado me salió el programa de radio con el que me lo paso fantástico, aunque si tuvieran que renovarme el contrato por el índice de audiencia hace meses que estaría despedida.
Además tú me indujiste a considerar que la música daría sentido a mi vida y no ha sido como yo me lo imaginaba. Me casé con un músico para vivir la interpretación con más intensidad y resulta que hemos rivalizado tanto que decidimos dejar la música a un lado para salvar nuestro matrimonio.
No puedo quejarme de Sergio, tu querido Sergio, es una persona magnífica, me trata con cariño y se preocupa sinceramente por mí, coopera en los trabajos de la casa y se encarga de los niños tanto como yo. Pero su piano lo absorbe de tal manera que ni un poquito de romanticismo ha quedado en las teclas de su portentoso instrumento. Yo soñaba de joven en tocar de maravilla una pieza de chelo a mi amante que lo pusiera rendido a mis pies, y en que antes de hacer el amor tocaríamos un adagio al unísono. Claro que no puedo hacerte a ti responsable de mis quimeras, papá.
Tengo además dos hijos extraordinarios que están orgullosos de su abuelo. A Raúl le encanta tocar la batería y Félix canta en un grupo pop que tiene junto con unos amigos del colegio.
Si lo considero fríamente, tomando distancia, la música se ha metido en mi vida y en la de mis hijos y eso no solo es mérito de Sergio sino que he de agradecértelo también a ti Cefe. Y no sé qué les has hecho a mis hermanas que algo se les ha removido por dentro. Si fueras capaz de esperar unos días te encontrarías a las cuatro ensayando un cuarteto o quizá intentaríamos los cinco tocar La Trucha. Pero temo que no nos vas a dejar darte esa alegría.