Coaching sencillo
Vivimos en un mundo donde tenemos que estar cambiando constantemente la etiqueta de lo que hacemos, para parecer que hacemos algo nuevo, diferente y si puede ser que cause admiración, y además, por qué no, que sea espectacular.
Hablamos sin cesar de cambio, y sin embargo tendríamos que diferenciar claramente los tipos de cambio. Eso lo saben muy bien los partidos políticos donde el cambio es siempre votar al que está en la oposición, aun cuando en la legislatura pasada el partido ahora en la oposición era el partido gobernante.
El cambio se ha convertido en algo compulsivo, necesitamos reinventarnos cada día para seguir siendo los mismos, es decir que todo cambie para que en realidad no cambie nada, como decía Lampedusa.
Quizá la velocidad del cambio tecnológico nos ha llevado a pensar que el cambio personal puede ser igual de rápido, y no es así. Siempre hay una dinámica dialéctica entre continuidad y cambio, entre ser uno mismo y ser algo distinto. Pero esta dinámica parece haber descarrilado y, por ejemplo, en el mundo de informática y de las redes sociales, vamos mutando en meses pasando del 1.0 al 2.0 o al 3.0, y así podríamos seguir hasta casi el infinito, el N.0, aunque ese momento no llegará, porque el efecto novedoso se acabará en el 4.0 ó el 5.0 y buscaremos otras expresiones porque aquellas se agotaron.
Pero no solo hablamos del cambio constante que ya no es un cambio, sino que abusamos de pleonasmos, donde lo muy importante es estratégico, o un comportamiento fuertemente arraigado lo es porque ha pasado a formar parte del ADN de la persona, o hay preguntas abiertas para dejar hablar a la otra persona y hacerla reflexionar y tomar conciencia, que ahora las llamamos preguntas potentes, o el método de investigación de la observación no participante se ha transformado en el shadowing.
Este escenario espectacular está igualmente al uso en el mundo de la autoayuda donde cada día aparecen libros con enseñanzas peregrinas sobre diversos animales, personajes históricos, etc. Baste como botón de muestra, algunos títulos en el mercado español que como mínimo producen sonrojo, aunque he de confesar que no los he leído y por lo tanto puedo meter la pata con alguno de ellos: “Marte y Venus salen juntos”, “Cómo convertirse en Buda en 5 semanas”, “Llevo tu corazón en mi corazón” o “¿Quién se llevó mi iglesia?”.
Qué duda cabe que podemos aprender mucho del mundo animal como nos muestran a diario los documentales de la 2, también podemos aprender del budismo zen, de los derviches jiróvagos, del mundo de los deportes, del circo o de la ruleta rusa.
Sin embargo, a veces, pasamos por alto, la posibilidad de aprender con las personas con las que convivo, trabajo, o me cruzo cada día en la calle, en el metro o a la puerta del cine. Aprender de lo que hacen bien los demás “las buenas prácticas”. Aprender de la historia de las sociedades, de sus aciertos y errores, de las ciencias físicas, sociales y humanas, de la filosofía.
El mundo del coaching no es ajeno a este fenómeno. Cada día surgen nuevas etiquetas para adjetivar al coaching como he comentado en anteriores artículos, o existen novedosas herramientas que hacen del coaching una profesión simple que no sencilla, como podemos ver en algunos títulos, peregrinos pero ilustrativos, de libros a la venta: “Coaching en 10 minutos”, “Coaching: tu guerrero interior”, “El jardinero en la empresa”, o “Coaching mágico para convertir a tu rana en príncipe”.
Por eso reivindico un coaching sencillo que no quiere decir un coaching simple, con herramientas por supuesto, pero pocas y también sencillas. En mi opinión, la necesidad sentida por algunos coaches de disponer de un inmenso cajón de herramientas, revela sobre todo su inseguridad a la hora de abordar el proceso, es como si necesitaran muletas para poder caminar.
Porque la grandeza y la humildad del coaching tienen lugar en una conversación privada, sin focos ni cámaras, que emprenden coach y coachee alrededor de una mesa.
En esa conversación que inicia el coach pero cuyas metas marca el coachee, se inicia un camino en el que el primero aporta su experiencia y su metodología para guiar al segundo en un viaje de autodescubrimiento que le llevará a fijar nuevos objetivos, que requerirán nuevos comportamientos.
Metodología y experiencia. La metodología implica un saber hacer profesional, basado sobre supuestos teóricos y modelos con fundamento. Aquí tiene sentido hablar de la formación técnica y humana del coach, incluyendo lecturas de filosofía, de budismo zen, de las abejas, los caballos, etc., En definitiva el coach puede haber realizado aprendizajes muy variados, pero no existe el zen coaching, el coaching con caballos, o el tao coaching por poner algunos ejemplos, sino que hay una profesión de coaching motivada por uno o varios enfoques teóricos y diversas herramientas de ayuda.
Pero la metodología no es suficiente, un coach sin experiencia no funciona.
En cuanto a la experiencia profesional, entiendo que si por ejemplo hablamos de coaching ejecutivo, es de vital importancia la experiencia organizacional y directiva. Además me refiero a la experiencia humana, a la madurez personal, lo que implica que el coach haya pasado por experiencias vitales significativas, sobre las que ha reflexionado y extraído aprendizajes que puede compartir con sus coachees.
Es posible que pese a todo, coach y coachee no encajen, puesto que podemos dar a los aprendizajes distintos significados, y el coach ha de ser humilde como para reconocer que puede haber clientes con los que no funcione la relación.
En suma, el coaching sencillo y veraz no es espectacular, no provoca alharacas, no convoca grandes auditorios, pero es conmovedor, desafiante, íntimo, cercano, genera aprendizaje, mejora la experiencia y promueve un proceso de transformación personal gradual, por lo que merece la pena ser coach. No queramos reinventar la rueda de nuevo. Hagamos una rueda mejor, mas eficiente, mas sostenible, pero la rueda ya se inventó hace cientos de años.