El Nilo
Yellowstone, USA
Esfinge, El Cairo
Viena
Reunion HC
Nochevieja en Quito
Venecia
Teatro
Rajpur India
Mentoring Pinardi
Euroteam, Hungría
Bagan, Birmania
Fedepe, entrega de premios
Praga
Querataro, Mexico
El Cairo, pirámides
Tailandia
Yellowstone, USA
Nilo Azul Etiopía
Obra de teatro "Los ladrones somos gente honrada"
Lago Imle Myanmar
Kerala India
Oxaca, Mexico
Alcalá de Henares
Plaza de Tian an men Pekín
Bryce Canion, USA
En la cima del M. Fuji, Japón
Budapest
Muralla China
Querataro, Mexico
Siria
Lencois del Marañon Brasil
BLC C&M
Venecia
Los rodriguez
Telefonica Data en Sao Paulo
Vicenza
Japon
Monte Alban, Mexico
Birmania
Cuevas colgantes, China
Curso superior de coaching ejecutivo, abril 2013
China
Costa Rica
TTD
Glaciar, Argentina
Florencia
Mariachi en la boda de Pe
Islas Galápagos
India del Sur, mercado
Teatro
Telefónica Formación
Presentación Posdata
Los medranitos

Dedicatoria

A Winnie, Mary, Zindia, y a todas las mujeres de Sudán sobre las que recae buena parte del peso de la reconstrucción del país

 POST-SCRIPTUM

El viaje origen del relato Mis cuadernos de Sudán se produce en el año 2006, recién firmado el armisticio entre Norte y Sur que especifica el Estatuto de Autonomía para el Sur donde habría de producirse en 2011 un referéndum entre los habitantes de esta zona para decidir acerca de su independencia.

El referéndum se produce el 9 de enero de 2011 con un sí abrumador favorable a la independencia y el 9 de julio nace la República de Sudán del Sur. El 14 de julio se integra en la ONU como la nación número 193 la más joven del planeta.

En ese momento quedaban varios problemas sin resolver con Sudán, como los recursos petrolíferos, pues se estima que un 80 % del petróleo de Sudán procede de Sudán del Sur, lo que representaría un gran potencial económico para uno de los lugares más pobres del mundo. Las provincias de Abyei y Kordofán del Sur todavía siguen en disputa y está previsto un referéndum para determinar si sus habitantes quieren unirse a Sudán del Norte o del Sur.

En este contexto hace unos meses se produce una guerra civil en Sudán del Sur, protagonizada por dos tribus dominantes, los dinka que cuentan con el Presidente Salva Kiir y los nuer con el depuesto Vicepresidente Riek Machar. De nuevo cientos de muertos, miles de desplazados y enormes dosis de sufrimiento para la población.

Mis cuadernos del Sudán  pretende describir y aportar algo de luz para entender la multitud de conflictos que atraviesan esta región, corazón del continente africano.

1. Kenya antesala de Sudán

Estamos sobrevolando el cielo de Juba después de un largo viaje a Nairobi con escala en Ámsterdam. Cada día que pasa los controles en los aeropuertos europeos son más exhaustivos, las situaciones entre hilarantes y humillantes sobre todo para las mujeres que llevan adornos metálicos en sus atuendos, dictados por una moda sofisticada, imposibles de remover y que suponen casi hacer un strip-tease al pasar por entre el arco detector.

Los pasajeros del avión en su mayoría son turistas de diferentes países hablando alemán, holandés, sueco y unos pocos como nosotros castellano, que con toda seguridad se integrarán en un safari fotográfico, pero también hay un grupo de cooperantes de diferentes oenegés; a nuestro lado se sienta una enfermera gallega que por primera vez deja su Galicia natal para incorporarse a un hospital de campaña en el sur de Sudán. Mi compañero, Emilio, y yo entablamos conversación con ella y las palabras sirven para desaguar parte de la angustia que la atenaza ante una situación desconocida y de riesgo. Sofía es joven, unos veintitantos años, y acude a África por solidaridad, lleva varios años colaborando con Médicos sin Fronteras y había decidido llevar la colaboración mas allá, participando  activamente en una misión.

El viaje se hace pesado pues las nueve horas de vuelo, entre Ámsterdam y Nairobi, transcurren en su totalidad de día y ya se aburre uno de escuchar música o de ver las películas que proyectan en las pantallas de la cabina. La ventaja de volar en una compañía holandesa es que el espacio entre asientos es mayor que el de otras compañías de países con nativos mas bajos; tenía un colega holandés que era director de formación de una compañía de telecomunicaciones en Groningen que cuando me veía, me explicaba repetidamente que los holandeses tenían la talla medía mas alta del mundo. Desconozco si el dato es cierto, pero a partir e entonces cuando he de hacer un vuelo largo, elijo una compañía aérea de un país de gente alta como Holanda, Alemania, Noruega, Suecia,… 

Por otra parte, sentía ciertas molestias que no sabía si eran fruto del cansancio o de las vacunas que llevaba encima. Resulta sorprendente que cuando vas a la oficina de sanidad internacional para informarte te dicen que para entrar en Sudán no se precisa ninguna vacuna obligatoria pero te recomiendan la de la fiebre amarilla, la del tifus, la de la meningitis, la del tétanos y la profilaxis de la malaria. Total cuatro pinchazos, varias cajas de pastillas y un dineral pagado. Si además lees los folletos explicativos de las medicinas se te quitan las ganas de tomártelas y no sabes si es mejor morirte de la malaria o de la larga lista de contraindicaciones posibles por la ingesta de las píldoras.

Es uno los primeros momentos típicos en estos viajes cuando te preguntas, ¿dónde voy? ó ¿qué hago yo aquí?, en un país que como quien dice acaba de salir de una guerra fratricida de muchos años, con riesgos potenciales diversos y además con el peligro de regresar con una enfermedad, aunque traten de tranquilizarte y te digan que el país está en calma, que el riesgo de enfermedad es escaso en esta estación del año, o cualquier otra excusa plausible.

La llegada al aeropuerto de Nairobi me evoca un buen número de recuerdos en comparación con el que conocí hace veinte años. El aeropuerto actual parece nuevo o está remozado de arriba abajo o lo veo distinto pues es de día. Mi anterior viaje era además la primera vez que volaba a África y llegué de noche cerrada, las salas del aeropuerto estaban vacías y las luces apagadas; los pasajeros deambulamos por los pasillos hasta llegar al control de policía donde los funcionarios eran lógicamente todos negros y vestían una especie de guardapolvo de color también oscuro, parecía un grabado lóbrego. Fue entonces cuando tomé conciencia de que yo era un blanco entre muchos negros, objeto de miradas ajenas, algo parecido a lo que me sucedió en mi juventud cuando llegué por primera vez a Japón y al entrar en el metro de Tokio sentí que todo el mundo me miraba, que yo era el bicho raro, diferente a los demás. La experiencia es algo perturbadora pero muy necesaria para entender que en el mundo hay muchos millones de personas, la mayoría, que no son blancas como yo lo soy, y estamos acostumbrados en nuestro país a ver como extraños y raros a los otros, a los negros, los árabes, los asiáticos o los latinoamericanos.       

Nairobi ahora es una ciudad moderna con semejantes problemas de congestión de tráfico a los de cualquier otra ciudad occidental, gracias al dinero recibido de manera constante por un turismo de safari que busca la relativa tranquilidad política de Kenya con unos exóticos y simpáticos masai otrora bravos guerreros que por unos chelines se dejaban fotografiar y enseñaban su poblado, donde las chozas, construidas con barro y excrementos de su ganado, desprendían un olor a mierda seca, y provocaban la admiración de un público bobalicón con cualquier cosa natural aunque atufara como las bostas de vaca. Sin embargo, los masai enseguida aprendieron que en las culturas capitalistas no valía lo mismo una fotografía que un vídeo y así establecieron las correspondientes tarifas de acuerdo con el instrumento utilizado.  

Nos esperaba en el aeropuerto la otra parte del equipo que iba a realizar los dos documentales planeados sobre el sur de Sudán. Nos despedimos de Sofía tras recuperar las maletas deseándole una buena estancia en Sudán  pensando que no nos habríamos de encontrar de nuevo. Ya era de noche en Nairobi, pues como todo lugar tropical goza de igual número de horas de luz que de oscuridad, doce. Nada más dejar el equipaje nos fuimos  a cenar cerca de la ‘guest-house’ o casa de huéspedes donde nos alojaríamos esa noche. Era un restaurante etíope con la peculiaridad de que la comida que sirven se toma con la mano sin la intermediación de cubierto alguno. Tomamos el plato que nos aconsejó el camarero ante el total desconocimiento de la cocina del cuerno de África, y al poco rato nos trajeron un plato de barro enorme, mas bien una cazuela, tapado y acompañado por un oblea de pan ácimo. Recibimos las instrucciones pertinentes sobre cómo habría de comerse aquel plato y nos pusimos nunca mejor dicho manos a la obra. Un pellizco a la oblea que sirve como soporte receptáculo para colocar sobre ella un trozo de carne guisada muy especiada y picante. Al principio el picante no parecía causar un gran efecto pero a medida que avanzaba la comida, los vasos de vino se llenaban una y otra vez por la necesidad de restallar los agujeros que causaban las especias empleadas y Emilio de repente comenzó a hacer aspavientos indicando que alguna o varias cayenas se habían atascado en su tracto intestinal. Lo mejor era dormir cuanto antes y además el sueño permitiría recuperarnos de las nuevas situaciones, emociones y experiencias que habíamos empezado a experimentar.