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Las multinacionales de la ayuda

Nuestro avión hizo escala en Juba, pero seguía en ruta a Nairobi. El aeropuerto de Juba parecía mayor que la primera vez que tomamos tierra en él, quizá porque al compararlo ahora con el de Rumbek lo colocaba casi a la par de un gran aeropuerto como el de Heathrow. Entonces percibes que el tamaño es una pura cuestión de escala. De todas formas  sólo había otros dos aviones, uno llevaba las siglas UN de Naciones Unidas, y el otro las letras WFP, del Programa Mundial de Alimentos. Los dos aviones eran bastante más modernos y de mejor aspecto que los llamados aviones comerciales en los que hicimos el trayecto desde Nairobi o desde Rumbek aunque fuera en el avión utilizado por Salva Kiir, el presidente de la autonomía del sur.

La primera vez no percibimos de una manera tan apabullante la presencia de la ONU, pero nada mas salir del aeropuerto el 80% de los vehículos llevaban las siglas UN pintadas a tamaño grande con su escudo correspondiente y las del programa en concreto al que se asignaba el vehículo. Nuestro experto Ulrich tenía en su todoterreno las siglas relativas al desminado.

Salimos del aeropuerto y divisamos unos edificios que no percibimos recién llegados de Nairobi, prestando mas atención a la recepción del general Paulino que a lo que en realidad podía verse nada mas aterrizar en Juba. A la mano derecha se ubicaba el cuartel de los cascos azules asentado sobre un gran descampado lo que les permitía controlar y  proteger el aeropuerto. Una vez en la carretera de acceso a la ciudad nos cruzábamos continuamente con hormigoneras y máquinas para la construcción y por supuesto los jeeps de UN que atravesaban la ciudad de una parte a otra desplazando expertos y técnicos de variado pelaje. Pasamos de nuevo por la zona donde se construían los ministerios y por delante de un edificio que debía ser el ministerio de Sanidad que contenía en el estacionamiento varias decenas de ambulancias totalmente nuevas, aparcadas, donadas por la Cruz Roja, pero como en barbecho, y no sabíamos si era porque no tenían todos los permisos correspondientes, o carecían del personal cualificado o por cualquiera otra razón, pero resultaba tremendamente chocante en un país lacerado por la guerra que pudiera haber una cantidad apreciable de ambulancias brillantes de nuevas y en apariencia sin usar.

Llegamos junto a la oficina de Ulrich para recoger un mapa de las zonas minadas y era notable la vivacidad de los colores empleados para colorear los barracones, en concreto los barracones del desminado estaban pintados por fuera de rosa y por dentro de un azul claro. Los despachos pequeños, de unos seis metros cuadrados, gozaban de aparatos de aire acondicionado lo que se agradecía cuando la temperatura media diurna en Juba superaba los 37º centígrados. Hay que reconocer que las oficinas eran extremadamente pequeñas, una especie de cubículos donde se almacenaban o depositaban los funcionarios de Naciones Unidas, al igual que en esos hoteles japoneses donde sólo cabe una litera, funcionarios expatriados procedentes de muy diferentes países, asiáticos, africanos, europeos, australianos o americanos. Por eso las Naciones Unidas aparece como una gran multinacional que ha apostado por la diversidad cultural para integrar los distintos programas de ayuda, aunque ellos suelen reservarse las tareas de planificación y control de los procesos que integran los diferentes programas y recurren a la mano de obra local para la ejecución de las tareas.

También llamaba la atención el equipamiento de las oficinas donde se apilaba un sinnúmero de cajas de cartón con equipos informáticos nuevos a estrenar, pecés portátiles, impresoras, plotters sofisticados que permiten obtener mapas detallados de instalaciones militares, ciudades, pueblos y aldeas.

Las Naciones Unidas suele sacar a concurso público las vacantes para participar en los programas normalmente en calidad de asesores y consejeros técnicos que reciben un salario alto y otros beneficios como el alojamiento y los viajes. Los programas suelen durar seis meses aun cuando los técnicos pueden alargar su duración si el programa se mantiene, pero las condiciones de vida en el sur de Sudán son tan duras que hay una rotación importante cada seis meses y en nuestro campamento vimos que casi a diario se organizaban fiestas siempre que la gente regresaba a casa.

Para muchas de las personas que participan en los programas, sobre todo si proceden de países subdesarrollados el salario es un elemento motivador muy importante pues equivale al de un directivo de su país de origen. Sin embargo, en el caso de los cascos azules, la mayoría de los soldados pertenecen a países subdesarrollados como Bangladesh y Pakistán con un coste mucho menor que si tuvieran que contratar soldados españoles o franceses por poner un caso, aunque sigue siendo cierto que estos soldados reciben una paga superior a la que tendrían en sus países de origen.

Los participantes en programas de Naciones Unidas son expatriados de alto nivel muy superior al de cualquier otra organización que participa en la reconstrucción del sur de Sudán, no sólo por su salario o sus equipos y oficinas sino porque además como antes decía usan buenos aviones especiales e incluso en el aeropuerto de Rumbek donde las salas de espera son árboles para el común de los mortales, los  funcionarios de Naciones Unidas tienen un habitáculo con tejadillo y rejas protegido del exterior y de las lluvias, con bancos de madera donde el personal puede esperar los seguros retrasos que llevan todos lo aviones, incluidos los de la ONU.

Hay que reconocer, no obstante, que en el caso de Sudán, el personal de Naciones Unidas está funcionando como soporte del gobierno y aportando un conocimiento que tardaría bastantes años en conseguir, sobre todo habida cuenta del elevado número de analfabetos existentes en la región. Por otra parte, cuando se retire este personal dejarán a sus sucesores sudaneses todo el equipamiento que han aportado que es muy abundante en cantidad y con marcas de calidad.  

Así pues, el personal que despliega las NU actúa como la infraestructura que soporta la pequeña administración civil de sudaneses, en su mayoría pertenecientes bien al ejército, el SPLA, bien al movimiento político, el SPLM. Es de esperar que el día en que se retiren los cuadros de Naciones Unidas puedan ser reemplazados por cuadros propios sudaneses. Para ello será importante recuperar una parte de refugiados en otros países y que cuentan con niveles de educación  secundaria o incluso universitaria.

Una vez que recogimos el mapa con las minas de una zona del camino de Juba a Yei, nos dirigimos hacia las instalaciones de la ONG Save the Children para agradecer a Abrahán la ayuda que la gente de su organización nos había prestado en Rumbek pese a que su aviso de nuestra visita a Helen llegó tarde. Después de todas las conversaciones y entrevistas mantenidas podía percibirse el importantísimo papel que estas organizaciones habían jugado y seguían desempeñando en el pasado y el presente de Sudán, aunque tuviéramos que darles un segundo lugar en el escalafón tras Naciones Unidas.

Una primera característica que al principio resulta chocante es que las oenegés no funcionan con un modelo de corporación multinacional centralizada donde hay una sede mundial y quizá algunas sedes regionales desde las que se realizan análisis de resultados comparativos y se diseñan los servicios que serán utilizados en distintos países.

Las oenegés se desenvuelven más bien como organizaciones franquiciadas, es decir que emplean la imagen de marca y quizá la visión y la estrategia de la sede central, el headquarters, pero en el resto de las actividades funcionan con total autonomía, de manera que las organizaciones locales deciden a qué países van a acudir, en qué programas van a cooperar, qué tipo de perfiles envían así como la selección de los mismos. Por ejemplo Médicos sin Fronteras, Cruz Roja, Save the Children, en su versión española, inglesa  o sueca, por poner un ejemplo, deciden las misiones que van a realizar, los países donde van a intervenir, y así puede verse que es muy importante la presencia de las oenegés españolas en los países latinoamericanos, bajo la marca de la franquicia y quizá con un método de trabajo semejante a la hora de intervenir, de definir los proyectos,…

Frente a los beneficios de los expatriados de la ONU los cooperantes sólo se distinguen, en el mejor de los casos, porque visten la camiseta de su organización y muchos de sus miembros son enviados a posiciones de riesgo donde se están produciendo situaciones espeluznantes tremendas, como en Darfur, al oeste de Sudán, o en algunas zonas de las montañas Nuba en la zona sur limítrofe con el norte de Sudán, donde se concentran grandes contingentes de desplazados afectados por multitud de enfermedades, muchas de ellas infecciosas, y donde hay diversas facciones guerrilleras aun no desmovilizadas.  Una de las más importantes en Darfur, los janjawid, está apoyada por el gobierno de Jartum, y allí los cooperantes se juegan la vida si estas facciones abren fuego aun a sabiendas de que en medio se encuentran los desplazados en estado lamentable y los cooperantes de distintas organizaciones, dignos de admiración y de reconocimiento.

Los expertos de la ONU hacen un trabajo excelente y dejan un conocimiento muy importante para el futuro desarrollo del país, pero los cooperantes de las oenegés además del duro trabajo que realizan con pocos o escasos medios, han de tragarse sus miedos a los ataques guerrilleros, a los posibles contagios, a la dureza de unas condiciones difíciles de soportar, todo ello permaneciendo en sus puestos aunque algunas veces tengan la tentación comprensible de salir corriendo. De todas formas lugares como Sudán permiten que los jóvenes occidentales al mismo tiempo sacien su sed de aventuras y limpien su mala conciencia de haber nacido en países privilegiados a los que les sobra casi de todo, frente a los pobres habitantes africanos que son pura carencia, donde la nada ya es algo. Al final el espíritu romántico, aventurero y solidario, por fortuna, transforma a muchos de esos jóvenes y la experiencia vivida queda adherida a ellos y ellas como una segunda piel que en parte les cambiará el resto de su vida.

Pero la aportación de las oenegés ha tenido también un carácter institucional. Ya hemos referido la importancia en el 2002 del lobby de UNICEF, Save the Children y War Child sobre el SPLA, para la desmovilización de niños y niñas sacándolos de las distintas milicias y guerrillas del país. Pese al número tan enorme de menores desmovilizados como nos contaba Oluku, en un informe de War Child de 2006, Sudán era todavía uno de los diez países más peligrosos del mundo para los menores. Estas organizaciones siguen presionando al actual gobierno del sur para mejorar las condiciones educativas y de acceso a la salud y a la educación de niños, mujeres, ancianos, etcétera.

Queda mucho trabajo por hacer en el terreno de la creación de infraestructuras sanitarias y educativas. Hemos oído al comisionado gubernamental de la DDR, hablar de la escasez de escuelas en muchas zonas del país, dificultando la necesaria reintegración de los menores a la escuela y a su comunidad. Y hemos visto en Rumbek y en Juba, dar clase alrededor de un árbol o en el porche de la escuela, porque al aire libre los niños estaban mejor que incluidos en unas aulas destartaladas, mal ventiladas e infradotadas en cuanto a los medios educativos básicos, los niños mostraban una expresión hablada exigua, y los cuidadores empleaban una pedagogía de último grito, unas varas finas, para espantar la nube de chicos que se arracimaban para ver como filmábamos la escuela.

No todas las escuelas son así, pero las carencias son terribles no sólo en cuanto a aulas y mobiliario sino también respecto al material escolar, libros, cuadernos, bolígrafos,…, de manera que cuando llegamos a la oficina de Abrahán además de darle nuestro agradecimiento le dejamos material que habíamos traído y dejado olvidado en el campamento y lo enviara a Rumbek para su distribución entre los niños. Eran  los típicos lápices y rotuladores de colores, cuadernos de pastas atractivas con animales y otros útiles para la escuela o para hacer los deberes en casa, sobre el suelo de tierra, junto a la puerta del tukul donde se sientan las mujeres mientras cuidan de las ollas que contienen la comida del día.

Por la noche fuimos a cenar a una pizzería en el centro de Juba tengo que confesar que en contadas ocasiones pido pizza, pues no es comida de mi devoción, pero quizá fuera porque comía poco, arroz blanco con pollo a la plancha y los pollos en Sudán estaban escuchimizados, bueno fuera por la razón que fuese, pedí una pizza tropical que quería decir pizza de chorizo con trozos de piña y me supo a gloria. En la mesa al lado a la de nuestro grupo, se sentó un joven como de unos treinta años, aun cuando resulta difícil adivinar la edad de los sudaneses. Era colosal, superaba los dos metro de altura, con un peso superior a los ciento veinte kilos, pertenecía a la etnia dinka porque tenía los dientes hacia fuera, y con una particularidad, su habla nos era familiar.

Cuando nos oyó hablar se presentó, hablaba español con acento latino, pasado por la Cuba castrista que desde un primer momento apoyó el estallido de la segunda guerra civil en 1983 y al SPLA fundado en territorio etíope donde gobernaba el régimen marxista leninista de Hailé Mariam Mengistu que había depuesto al emperador Selassie I. Mengistu que fue llamado el Negus (emperador) rojo, dictador cruel y sanguinario fue uno de los grandes valedores de Garang. Cuando Mengistu fue echado de su país huyendo junto a su amigo Mugabe de Zimbawe, Garang decidió que el SPLA se replegara, y dispusiera sus guarniciones al sur de Sudán.

Thomas, como se llamaba nuestro vecino de mesa, huyó del SPLA desde Etiopía y aterrizó en Estados Unidos donde recibió asilo y realizó sus estudios universitarios. Mas adelante pasó a Canadá donde puso un negocio de instalaciones de equipos informáticos. En uno de sus viajes por Norteamérica recaló en México y allí conoció a la que luego sería su esposa, otra poderosa razón que le permitió  practicar su español aprendido en Cuba. Acababa de llegar desde Canadá para encontrarse con sus padres, no se había atrevido a llevar a su esposa a Juba porque no sabía qué país se iba a encontrar y sus padres, refugiados en Kenya llevaban sólo seis meses de nuevo en Sudán, tras diez largos años en el exilio.

En algún momento de la conversación le preguntamos si se planteaba volver a Sudán y la respuesta fue clara y contundente. Se había instalado en Toronto, tras varios años de andar de un lado para otro sin saber qué hacer, y después de ver lo que veía en Juba, le resultaba impensable regresar dejando una situación mas o menos acomodada pero infinitamente superior a la que podría llevar en Sudán, con una esposa que seguramente no entendería ir a un país diferente para llevar una vida peor. Como Thomas había muchos sudaneses por el mundo.